6 de noviembre de 2011

Déjame entrar



Cuando el género está tan degradado entre flipadas como Blade, Underworld,  y éso por no hablar de la nueva moda  ñoña de la saga CrepúsculoDéjame entrar ( 'Låt den rätte komma in', en sueco, el original) demuestra que es posible meter vampiros en una película sin que por ello ésta sea una anodina peli palomitera de sábado por la tarde.

 Ambientada en Blackeberg, un suburbio de Estocolmo en los años 80, el relato avanza lento y con naturalidad mientras se abre paso una atmósfera gélida y terrorífica, para contar una historia que sí: se ha contado mil veces ya ( el amor entre un humano y un vampiro) y que sin embargo esta vez no resulta pesada ni sensiblera.

Incluso recogiendo varios de los clichés más clásicos de los no-muertos (el momento del corte, las habilidades sobrehumanas, incluso la creencia de que un vampiro no puede traspasar el umbral de una casa si no se le invita a entrar, etc…)  , el relato no pierde un ápice de credibilidad, más bien al contrario, todos estos tópicos se  integran sin disonar como pequeños guiños  a los aficionados al género.

Visualmente, la película se mantiene sobria; los efectos visuales , aunque existentes ( se nota bastante el uso del ordenador en la escena de los gatos) son apenas subrayados mediante una realización que  nunca se recrea en la violencia ni la sangre,  para jugar más con lo que ocurre fuera de plano y las elipsis.
Son especialmente destacables la secuencia del Hospital y la magistral secuencia final de la piscina. El alejamiento de la cámara tan característico del cine europeo potencia la  crudeza de las escenas más espantosas del relato de forma magistral.

Economía de medios al servicio del género, en definitiva un soplo de aire fresco para el cine de terror actual, y una película que debería marcar las pautas de qué tipo de cine de terror debería hacerse de ahora en adelante.