24 de diciembre de 2008

Vanidades Felices




En estas entrañables fechas, hay muchas cosas que pueden provocar alguno de mis reiterados pataleos.
Yo me enteré el año pasado cuando empezó, pero por supuesto este año con la crisis por alguna retorcida y perversa razón sigue también vigente. La moda de añadir metales pesados a la comida, en un alarde de ataque combinado de originalidad desatada y ansias de absoluta distinción.

Fíjese que casualidad que los metales escogidos para tal efecto no sean otros que la plata y el oro, como si no hubiese otros en la tabla periódica de los que echar mano. De pronto, por alguna misterioso motivo, estos metales comúnmente asociados al lujo y la ostentación durante todos los siglos de historia de la humanidad, parecen tener unos claramente marcados efectos beneficiosos sobre la salud humana, efectos que, por supuesto, no tienen nada que ver con el hecho de que simplemente sean valiosos por otros motivos bien diferentes.

Así que no nos importa nombrar a los egipcios, o los romanos u otras civilizaciones antiguas que, con muchísimos menos conocimientos médicos ya los usaban, haciendo gala con ello de la ignorancia más supina.

Lamentándolo mucho, para los ricos y pudientes clases de esta sociedad, el hecho de que algo sea caro, ya sea el oro, la plata o el platino no significa para ello que vaya a curar todos los males del mundo, aunque tal sería desable para que esos milagrosos remedios lleguen sólo a los pocos que puedan pagarlo, que son las que por supuesto tienen más derecho a vivir o a vivir mejor que el resto de los mortales.

Tristemente para ellos, posiblemente los remedios más valiosos no están en sus metales pesados con los que fabrican sus lujosas joyas y demás chatarras, sino tal vez en la selva amazónica, camuflados como humildes plantitas, de aspecto nada cool, que les queda tiempo contado para ser descubiertas antes de que la tala abusiva provocada por nuestro consumismo excesivo y nuestro magnífico sistema de desarrollo capitalista acabe con todo ello.

Pero mientras eso ocurre, podrán disfrutar de sus comidas bañadas en plata, oro y platino, (aunque este último aún está por llegar). Ya se puede adquirir la botella de cava con oro de 24 kilates, hermosísima, con nieve dorada dentro que cae incesantemente como la bolsa en estos tiempos de crisis, por aproximadamente unos míseros 100 euros.

No hay ningún efecto adverso estudiado (de momento) sobre el hecho de chutarse vía oral varios miligramos de oro y plata. Y por supuesto, a las clases pudientes de esta sociedad no les importará en cualquier caso, ser medianamente envenenadas bebiendo metal líquido si se tercia, si con eso se siente mejor pensando que ellos son de los pocos elegidos que pueden pagarlo.

1 comentarios:

AlexSlocker dijo...

¡Raquetaaaaaaaaaaaaa!

Perdón. O la crema esa que hay con extracto de caviar... No podía ser el nabo, que es feo y vulgar de cojones.